En este retiro del viejo caserón,
entre cuatro paredes,
se va esfumando el mundo
desde que he llegado.
Hoy es un domingo cualquiera.
La resolana del tórrido verano
embiste contra mí y contra mi perro
que dormita fiel a mi lado.
Se desvanecen los recintos
como detrás de mi nostalgia;
y en los altos rincones bajo techo,
al modo de otro paraíso oscuro,
—reino de las arañas—,
persiste ante mis ojos vacilantes
el infinito constelado.
¡Uy!, la gran luna vespertina
emana fuera de su órbita;
parece que mi vida
pende de la razón gravitatoria y última.
¿Soy acaso un guerrero moribundo?
Desde varias semanas hace
oigo su voz recalcitrante:
«admito la demora,
pero no cambio ya de parecer».
No hay comentarios:
Publicar un comentario