sábado, 26 de septiembre de 2020

Por amor

Óyeme, amor: a ti vengo a escribir
este poema de anhelantes versos,
sinceros y devotos, y de tersos
adjetivos que buscan redimir
las horas del rencor, desperdiciadas
en silencios intrusos, en vagar
las estancias vacías, y en penar
con los grillos las horas desoladas.

Porque ya no te rinde lo sangrante
que mi mirada vierte, porque exima
de culpa el alma al criminal confeso,
aquí viene a insistir mi voz amante,
desde esta lasitud en que lastima
el moribundo hábito del beso.



jueves, 17 de septiembre de 2020

Francisco de Aldana

He sufrido de ti, señor de Aldana,
de tu gran árbol, otra rama opuesta,
a pesar de su sombra sin respuesta
por su fugacidad y meta vana,
a pesar del hostil conocimiento
que marchita la flor de la existencia. . . :
la impotente penuria de la ciencia
en la silla curul del escarmiento.

Más allá de la búsqueda y sus daños,
sostengo sin los místicos engaños,
como virtud, la vanidad humana,
cuando alimenta en mi leal memoria
el rito que conduce a la victoria
del hombre sano: su soberbia sana. 

miércoles, 9 de septiembre de 2020

Soledad de la sangre

En soledad tremenda, temerario y hambriento de coraje,
batiendo rumbos de orilla en orilla a lo largo del río,
por los senderos de la caza, demonios y depredadores,
a pie, descalzo, con sus propias armas, ajeno a los sistemas,
donde murmura el cielo a mil kilómetros del mar,
a doce mil kilómetros del mundo, contra la piel de luna derretida,
su voz de culantrillos, su verbo acústico y sonoro,
debajo de sus uñas, sobre los tallos duros de sus dedos…,
late en la tarde milenaria su sangre india en la cañada.

Solo con sus ojos de puma, con el agua y la abeja,
reconoce su voz de sonidos monteses, de sombra en la hondura del bosque;
recuerda un jazmín en la frente oscura, en el cabello oscuro.
Un lirio besa el agua en el remanso, en la espera infinita
donde el grito es memoria y es sombra de los siglos,
y el aire carga agónico sus pájaros migrantes, y el árbol llora
sus cruces deshojadas, la silenciosa resonancia de las piedras.

Solo y sin prisa, sin glorias de batallas, sin almanaque,
con la sola voz de la sangre que lo guía en la selva.

Y luego ya no está presente: se ha vuelto un canto en mi memoria,
un hombre antiguo de corazón deshabitado en el poso del día,
en la quietud sacramental de las orquídeas.

sábado, 5 de septiembre de 2020

El Sistema

Cada día te envía más señales
de su insensible desafecto:
te excluyó del rango en la bolsa de trabajo,
no te permite acceder a los créditos,
te hace sentir un extranjero en tu propio país,
no quiere renovarte la licencia de conducir,
con piedad te sonríe cuando observas a una mujer hermosa,
no te deja hablar en las reuniones sociales,
te prohibió terminantemente el alcohol y el tabaco,
ya no te quiere ver andando por las calles:
te regaló un hermoso sofá frente al televisor.

Poesía ausente

Siembra y cosecha de tu tiempo,
lozanas briznas que prorrumpen
de los parajes misteriosos y fecundos
de tu imaginación.

Oh, mágico sendero
—pasión de humanizados dioses—:
te esquiva ahora como una luciérnaga
que se aleja en cabriolas,
sin dejarte trasplantar en su fértil tierra
el árbol de hojas lúcidas
que ha hecho crear tu obstinación.

Anhelas la piedad
de sus soplos alentadores,
savia que aviva el espejismo azul
y la frondosidad de la quimera.

Cuánta razón tuvo tu espíritu
—a pesar de su serena sangría—
para seguirla
a través del vasto horizonte de los sueños.

Y cuánta más tendrá
cuando otra vez despiertes.

viernes, 4 de septiembre de 2020

Fuerzas interiores

Débilmente tu desazón amarras
apuntalando a puño tu existencia,
en reñidos combates de conciencia;
y con demonios fieros te desgarras
soportando el lenguaje irresponsable,
el humor inestable,
la falta de respeto,
la charla sin objeto,
el insomnio que el quebranto produce,
y que solo conduce
a la vigilia torpe y displicente
y a los ojos cansados de la mente.

Luchando con firmeza y esperanza
preparas tus pertrechos:
yelmo, coraza, escudo, lanza;
y ante los inminentes hechos,
arremetes en lucha carnicera
contra destino y suerte,
con sangre de pasión sincera,
el límite entre vida y muerte.

martes, 1 de septiembre de 2020

El paraíso perdido



Han regresado los verdaderos dioses
a implicarse de nuevo en mi destino
(hecho que me hace muy feliz),
con sus pasiones desenfrenadas,
con sus arrebatos de ira,
con sus antojos olímpicos
que casi siempre desembocan
en raptos de diosas con dueños.

Hoy, mi lamentable rutina se viste de infinito,
y se eleva hasta el cielorraso,
a la altura del ventilador de techo,
del mundo microbiano,
del acecho de las arañas,
aguardando la luz de la revelación.

Me despojo de toda fe prefabricada,
del crucifijo de mi madre
(«No lograrás la salvación, mi niño,
si sigues desafiando las celestes leyes,
si te niegas a seguir practicando la genuflexión»).

Luego del año treinta y tres
(aunque, históricamente, no se puede afirmar
que Jesús muriera a los treinta y tres),
y de Martín Lutero estableciendo el Cisma
por culpa de las inmorales indulgencias,
y de Lucrecia Borgia cometiendo sus santos crímenes
(por citar solo dos ejemplos),
prefiero regresar al paganismo,
volverme griego.

Volvieron los demonios-dioses
en mi inconsciencia sus razones a inyectar,
y se oye el canto del poeta
que suena como Píndaro en sus versos exaltados,
como Sófocles en su Edipo Rey,
como Safo en sus versos lujuriosos,
como ese cielo de emoción irrepetible,
de sabiduría divina,
de verdades eternas,
que nos llega de Homero.

Sin duda alguna y con mucho dolor
hemos perdido para siempre
aquellas bacanales del espíritu.

El tiempo de los besos no ha cesado

A Techi 


Es la mujer que amo y hoy evoco
y ennoblece mi espíritu.
Las dos palomas de sus pies cautivan
mientras vuelan hacia mis labios
con disimulo de su vanidad.
Largo tiempo de mi edad adulta
ha sido poetizar y recorrer con ella
las planicies del corazón,
y ha sido echarme con esquizofrenia
en los barrancos de su instinto.

He atrapado con sólo amarla
su voluntad —su predisposición
para empaparse conmigo bajo la lluvia—;
y en la penumbra de los años,
sigue brindándome incansable
los tibios labios ebrios de su total amor.

Es ideal su risa para el acicate
de este poema de amor que no muere;
y lamento no haberla conocido
en nuestra adolescencia,
donde la hubiese divinizado
con más intensa convicción de un juramento,
y la hubiera convertido en un cuerpo
exquisitamente desnudo.

El otro día me afligí
desconsoladamente,
con rabia, con egoísmo, con vacío existencial,
cuando soñé que la perdí.
En la impaciente madrugada,
con el pensamiento empapado,
la recuperé lentamente de mi pesadilla,
librándola de mis falsas cadenas.

A pesar de que el tiempo todo lo borra
con su difusa barredera,
van cayendo con el viento de otoño los recuerdos;
mientras, tomado de su mano,
camino por la senda donde es verdad la vida.