martes, 28 de enero de 2020

Soneto de la plenitud

Esa luz de los lóbregos tormentos,
esa canción de noches silenciosas,
ese hechizo que emana de las rosas,
esa miel de los ácidos momentos.

Ese bosque de piel, cumbre de alientos,
donde el ave, en noches tormentosas,
acurruca sus alas presurosas
sobre tibios follajes irredentos.

Esa charla de lluvia sin dilema,
presagio de cristal y melodía
que riegan a los árboles del día.

Ese beso y la urgencia del poema,
la infinitud del alma, aquella extrema
resonancia que nuestros pasos guía.

domingo, 26 de enero de 2020

El demonio de Sócrates

Es de las penas mi penar más fuerte,
porque la suya, que también aterra,
se aliviará muy pronto con la muerte,
y yo persistiré sobre la tierra
huyendo abandonado de mi suerte:
vivir sin amo, como triste perra,
penando en inhumanos vertederos
por los perennes siglos venideros.

Descansa de tu impúdico mal, ¡viejo
macho cabrío!: mi lealtad ferviente
descubrió las intrigas, el festejo
por tu condena dura e inminente.
Buscan vengar aquel impío espejo:
la ostentación de tu lasciva mente,
porque Atenas no admite el arte romo
de acorralar al cándido palomo.

Ni Júpiter Tonante logrará
torcer el cauce ruin de tu destino;
tampoco la mandrágora podrá
aliviar el albur; ni el mejor vino.
Y tu despojo, cruel el tedio hará
si evades de los dioses el camino,
porque aún en Egipto y más en Roma,
se confunde con crimen cualquier broma.

Tampoco retractarte serviría,
pues la gente sencilla se impacienta
con los hombres que sufren brujería:
cualquier enfermedad larga y cruenta
y, más aún, si en la melancolía
es arrojada la orgullosa afrenta.
Mira el pueblo como a la bestia inerte:
sin compasión alguna por la muerte.

Aquí estoy, de los nimbos despojado,
bastarda por milenios mi existencia,
para esperar al otro iluminado
quien al mundo dará su gran sapiencia,
y me tenga, tal vez, calificado,
como tutor oculto de su ciencia.
Porque me debe Sócrates su nombre,
su gran filosofía y su renombre.

viernes, 24 de enero de 2020

Diurnidad


El día amaneció sin rostro,
no consigue mirarse en el espejo,
si ha de elegir la forma de su muerte
querría perecer sin adjetivos.

El día amaneció con huesos rotos,
no puede andar,
cojamente se aparta hacia la sombra de los árboles,
no desea el bullicio de los pájaros,
sólo ansía dormirse una mañana eterna.

Lluvia indeseada

¿Dónde existe un jardín para esta lluvia
veraz, una semilla, un brote endémico,
un capullo con pétalos sedientos,
una rosa implorando en el rincón?

¿Por qué caer sobre tan duras piedras,
el único recinto del paseo;
enceguecer la cúpula del cielo,
la azul certeza de la libertad?

¿Qué dios querrá venir a amar aquí,
qué rayo saludable, qué destino
de victoria, qué éxtasis del trino?

No existe aquí lugar para esta lluvia
copiosa que, en ausencia de algazaras,
cae sobre el silencio de mi alma.

domingo, 12 de enero de 2020

Entropía


Por estos tiempos
en que las sirenas me cantan con mayor intensidad,
atado al mástil de la vida,
resisto y cada hora aprendo mis conflictos,
el mudarme la piel en el adiós.
Envejece mi casa cada día
mientras lucho hasta las puestas de sol:
descascaro el barniz de mi pared,
el color aburrido del arraigo,
las capas deslucidas de humedad,
para eximirme de mi falta de emoción,
de mi cuarto repleto de cosas inservibles;
y vacío los muebles de mi vida
en cajas de recuerdos que traslado
al sótano voraz de mi memoria
(que ahí se apague el fuego lentamente).         
Trato de mantener
un cierto orden, aunque mi desánimo
me detiene a mirar por la ventana
las rubias hojas, el lento crepúsculo,
el recambio de hechos dignos de recordar.

Que no excaven mi patio buscando botines ocultos,
que los vecinos logren comprender
mi cansancio, mi carencia de risa,
mi indiferencia ante el futuro de la cuadra.
Los he visto
cruzar la calle con gran discreción
desplazándose sobre la otra acera.
Es como si quisieran despedirme
—extraños ya a mi vida sin apegos—,
desde sus territorios demarcados.

Esta es la casa ante la ruina. Aquí han vivido
—más allá de las líricas pasiones—
alimañas de todo tipo nutriéndose unas de otras;
y ahora escapan por las grietas de los muros,
por las heridas de mi piel y de mi espíritu.
Las bandadas de pájaros bebían de mi fuente
y cantaban hasta caer rendidos,
y luego pernoctaban en los árboles del patio
para iniciar el ciclo en la mañana.
Casi todos partieron —solo quedan los rezagados—
luego de percibir los temblores del caos;
quedaron los más fieles, los ingenuos
que siguen apostando
por la perpetuidad de las estrellas.

A las cinco de la mañana, casi siempre,
cuando cae la luz sobre la vida
—que se va consumiendo como un cigarro—
miro las flores cultivadas por mí mismo,
y mis rosas se vuelven alelíes de mi madre,
y me percato que he olvidado muchas navidades.
Ahora ya no sé quiénes siguen amándome,
en tanto la entropía
implacablemente persiste en su tarea.

martes, 7 de enero de 2020

El dios de la crueldad


La eterna melodía ahúma
por la hondonada, por el prado,
majestuosa serpiente,
elástico sonido cuyo extremo nutre
el dios de la crueldad.

El pastor solitario, a horcajadas
sobre un enorme tronco,
cede a la vida circundante
vibraciones dichosas de su alma.

Pace el rebaño, mansamente,
disfrutando de la abundante hierba,
embriagado, a su vez,
por la profunda melodía.

Y el lobo hambriento —en la acechanza, inmóvil—
percibe, en el sosiego de fatal embriaguez,
la eterna melodía que circunda
como razón de éxito y de éxtasis.