domingo, 26 de enero de 2020

El demonio de Sócrates

Es de las penas mi penar más fuerte,
porque la suya, que también aterra,
se aliviará muy pronto con la muerte,
y yo persistiré sobre la tierra
huyendo abandonado de mi suerte:
vivir sin amo, como triste perra,
penando en inhumanos vertederos
por los perennes siglos venideros.

Descansa de tu impúdico mal, ¡viejo
macho cabrío!: mi lealtad ferviente
descubrió las intrigas, el festejo
por tu condena dura e inminente.
Buscan vengar aquel impío espejo:
la ostentación de tu lasciva mente,
porque Atenas no admite el arte romo
de acorralar al cándido palomo.

Ni Júpiter Tonante logrará
torcer el cauce ruin de tu destino;
tampoco la mandrágora podrá
aliviar el albur; ni el mejor vino.
Y tu despojo, cruel el tedio hará
si evades de los dioses el camino,
porque aún en Egipto y más en Roma,
se confunde con crimen cualquier broma.

Tampoco retractarte serviría,
pues la gente sencilla se impacienta
con los hombres que sufren brujería:
cualquier enfermedad larga y cruenta
y, más aún, si en la melancolía
es arrojada la orgullosa afrenta.
Mira el pueblo como a la bestia inerte:
sin compasión alguna por la muerte.

Aquí estoy, de los nimbos despojado,
bastarda por milenios mi existencia,
para esperar al otro iluminado
quien al mundo dará su gran sapiencia,
y me tenga, tal vez, calificado,
como tutor oculto de su ciencia.
Porque me debe Sócrates su nombre,
su gran filosofía y su renombre.