gira su rostro y gira
cual pálida deidad
sobre la nube y mira
perladamente bella
como espejo de estrella
la humana soledad
La firme obstinación de aquel
cristiano
en la tortura Plinio constataba,
y cuando el cuerpo exhausto desmayaba,
veía que el martirio era vano.
Por su Dios el cristiano se moría
pues, comprendiendo echada ya su suerte
en el suplicio, cerca de la muerte,
con alma sosegada sonreía.
Al no rendir la fe, Plinio tronaba
y exigía tormentos más logrados,
aunque siempre veía malogrados
sus esfuerzos y siempre fracasaba.
Pide, entonces, a su señor, Trajano,
luego de abrumadores sentimientos,
que de los imperiales pensamientos
surja con prisa algún consejo sano.
Responde el sabio emperador: «querido
Segundo, si, al negar los acusados
esa creencia vil, son invocados
los dioses, muéstrate compadecido;
mas, si persiste la desobediencia
y juran hasta la impiedad tercera,
castiga con resolución severa
arrancando esa fe, sin indulgencia.»