sábado, 30 de octubre de 2010

Pesada carga

En mi brazos
y en algunas canciones retenidas
pesa tu mundo,
su fatiga.

A veces quiero percibirme adiós,
librarme en la ceguera
de un desierto,
en la callada emanación de piedra.

Yo creí en los jamases daños,
la casa donde inventaríamos el aire
del sonido de lluvia. Creí en los promontorios
donde enterraste el tiempo
para nacer cada mañana a mi costado.

La parte que me pesa más de ti
—la fatigada parte—
es ese ir-venir por los días siguiéndote,
porque temo encontrarte
yendo-viniendo por las noches huyéndome.


jueves, 7 de octubre de 2010

Oda a la poesía

Suaves brisas del sueño, canciones de los mares,
dulces soplos que escudan los temples oprimidos,
relámpagos que encienden la oscuridad del alma,
la búsqueda obstinada, los cánticos divinos,
la brecha de los cielos, el inmortal renombre,
las visiones rotundas del humano latido
crecientes de promesa ante sus hondas cifras.

Ay, infames tormentos. Ay, silencios y gritos,
difusa eternidad, fugaces arrebatos
del alma que atesora oscuros pasadizos.

Los versos son las armas, las picas, las barretas,
el hierro artesanal que agrieta los resquicios
de dioses y demonios, aceite de las llamas
de los últimos campos, allí donde el camino
se allana al sentimiento y al verbo derrotado.
Atizando la luz eterna de los nimbos,
enciende cada noche el estremecimiento
y augura la derrota sobre el caos antiguo.

Oh, arma poderosa de metálico acento,
puñal que hiende venas en pechos corrompidos
de cansados poetas, y dejan errabundos
los viejos corazones que se hallaban cautivos.
Oh, arma silenciosa de espíritu ardoroso.
Oh, fuerza adormecida, crisol de lo vivido,
energía y aliento de acordes melancólicos
que arrancan a la noche sus misteriosos símbolos.

La luz de las estrellas, las célebres memorias,
la entonación del ave, los dones narrativos,
la efímera belleza del trémulo jazmín
nos llevan a las nubes y expone con sus signos
la grata compañía de dioses en el diáfano
cristal de los olimpos.