domingo, 5 de septiembre de 2010

A ti, mi compañera.

Consiénteme sacarte los zapatos
y expulsar con caricias
la causa de tu agobio, el trajín del empleo.

Deja que frote tus menudos pies
—pulcras palomas—,
mi activa compañera de batir adversidades.

Porque juntas arresto en las mañanas
para vencer el surco y heñir el pan del día,
apóyate en mi hombro,
reposa mientras late
mi corazón enamorado.

Dulces sueños, mujer. . . Cuando despiertes,
escucharé gustoso

la narración de tu rutina.