Consiénteme sacarte
los zapatos
y expulsar con caricias
la causa de tu agobio, el
trajín del empleo.
Deja que frote tus
menudos pies
—pulcras palomas—,
mi activa compañera de
batir adversidades.
Porque juntas arresto en
las mañanas
para vencer el surco y
heñir el pan del día,
apóyate en mi hombro,
reposa mientras late
mi corazón enamorado.
Dulces sueños, mujer. . .
Cuando despiertes,
escucharé gustoso
la narración de tu
rutina.