Habías desarmando tu velero;
las aguas se volvieron traicioneras para navegar;
sin viento, todo fue incomodidad:
el verano picante, el invierno punzante,
exhibiendo la vida su macabra piedad
Esta noche no vienes a vencerte a ti mismo
sino a batir señales de tu corazón en peligro:
relámpagos, razones por las que arrojaste
la dura tempestad sobre tu cuerpo,
por las que tu conciencia hoy se atreve
a censurar tus borracheras.
Has bregado en la angustia de las altas olas,
Estremecido de oír tus pesadillas,
deshecho en las alarmas de traiciones,
pues hienden en el alba su puñal en tus muslos,
en las partes sin hemorragia (para evitar tu muerte),
sólo para verter dolor, tortura e inacabable pánico.
Como un devoto en susto, te has mentido
en oración para aceptar la muerte
del que ha resucitado a los tres días,
y poco a poco vas recuperando
la historia del calvario, de la crucifixión,
el sueño de tu infancia de convertirte en santo.
Tras las murallas de tus fármacos,
te has vuelto estéril a la dicha,
confuso por el síntoma de tu chatura humana,
de tus absurdas chances de heroísmo y gloria.
Hoy, en tu espíritu, luego de ver a tus amigos
marchar alegres hacia la locura,
se enmudece la fiesta de tu vida,
encerrado en el ataúd del tiempo, temeroso
de caer ante el caos menos imaginado.
Aunque ambicionas retener destellos del pasado
en el desierto de tu cielo estremecido,
todo me indica que nunca fuiste un poeta beat
que salía de la pesada realidad
flotando por las drogas consumidas.
Los temblores de tu codicia han menguado,
y sostienes tu risa existencial
en la conquista tenaz del conocimiento.
Luego de largos años de lucha sin rendirte,
en rearmar tus velas, logras hoy emprender
las anhelantes aguas de tu mar odiseo.