martes, 30 de junio de 2020

La luna blanca

La luna blanca,
como tus manos en la noche tibia,
lentamente resbala sobre el cielo de mi insomnio.

Yo, pájaro, me quedo contemplando
desde mi rama descubierta,
sobre el silencio del jardín, sobre tus pétalos cerrados,
las luces de la dicha
que van fluyendo frente a mis lejanos ojos.

Cae su cabellera antigua
sobre mi pecho,
sus látigos de luz sobre mi piel.

A cada instante se descubre más blanca,
como aquel cuerpo tuyo ardiente de deseo
donde me demoraba entre tus brazos vegetales
(árbol suicida yo, bosque encendido tú).

La luna blanca me recuerda el mundo
cuando abrías la puerta
segundos antes del amanecer,
paisaje de común abismo
donde van a parar sudores y jadeos.

Era, entonces, la muerte un canto sosegado,
una amenaza inofensiva
sobre la vida perdurable,
sobre tus labios, sobre mi boca hambrienta.

Y eran los tenues rayos de la luna blanca
benévolos puñales de futuro.



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domingo, 28 de junio de 2020

Marion ha chocado con mi auto


Cuando se le acabaron los cigarrillos salió a comprarlos con su amiga en mi auto,
y a poco oímos, en el silencio de la madrugada, el estruendo de un choque.
Corrimos para ver lo que había pasado. La vi a Marion en la vereda
charlando alegremente con su amiga. Hasta hoy en mi mente
perdura la imagen de tanta belleza y del repleto amor que yo sentía.

Se había tragado la primera bocacalle destrozando el carro.
Sobre la calle solitaria caía una neblina densa cuando la abracé,
y luego las luces policiales me recomendaron predisponerme.

Era invierno y su rostro estaba blanco, pero no de susto,
sino de alegría alcohólica que la exoneraba de toda culpa
y me hacía responsable frente a los corruptos hombres de la ley.
Pagué y se fueron.
Llegaron los mirones quienes se inclinaban ante su «hazaña» de diva,
ante su locura de juventud sin heridos graves, sin víctimas fatales,
ante su cuerpo marcado hasta el abismo por su pantalón de licra.
Un vecino canoso que observaba desde su balcón de enfrente,
luego de oír mis palabras: «Es solo un auto, no te preocupes»,
se sonrió aprobando mi reacción de amante comprensivo.

Estando el auto sin seguro, decidí postergar los trámites para mañana.
«Llamaremos un taxi para ir a comprar tus imperiosos cigarrillos»,
le dije desde el fondo de mi amor, mientras mis manos repasaban sus caderas.
Y sensibilizado por mi puro sentimiento, agregué:
«Estar contigo, Marion, vale mucho más que mil autos».

Luego de su risa loca se puso a llorar aún más loca sobre mi hombro,
y a besarme con afán, como en los primeros tiempos. El sentimiento de culpa
la volvió tan ardiente que en esas primeras horas del alba
me compensó con el inolvidable sexo de mi vida.

sábado, 27 de junio de 2020

La casa de la infancia

Todos se han ido.
El patio está enmalezado,
la casa está desatendida,
con telarañas, con hormigueros.
No hay nada que se pueda hacer ahí.

A través de las puertas entreabiertas,
de las ventanas desclavadas
y de las tejas rotas,
la brisa de la eternidad
se ha llevado las risas últimas.
Y sigue llevándose ahora
las evidencias de un hogar feliz.

Muy pocos gritos de alegría se oyen ya
de los confines del pasado.
No hay allí posibilidad de charla,
de contar las anécdotas del día
con sus chanzas.
No hay nada que se pueda hacer ahí.

¿Por qué entonces mi mente
deambula sin sentido
por sus rincones, patio y enramada,
si todos han partido,
si todo está sin gato, sin luz, sin mandarina,
y no hay ya nada que se pueda hacer ahí?


Variación sobre el mismo tema

Todos se han ido como aves de invierno.
El patio es un imperio de malezas, frutas silvestres,
hormigueros y telarañas.
Los cerrojos se encuentran sueltos, oxidados,
y se han extraviado las llaves.
¿Qué hacer para limpiar esas baldosas
hidráulicas con arte decoradas?

Cuando cumplí los nueve años yo
estaba ahí (guardo fotografías,
vestido de primera comunión, al lado de mi madre
feliz creyéndome salvado del infierno).

Ahora es tarde ya en la casa y en el tiempo,
y un grito lejano me llega en esta noche,
aullido de recuerdos de voces bulliciosas
que asaltan como un sueño desde el estar diario.
Estoy sin esperar a nadie, con la madrugada
trayéndome los rostros de mis muertos amados,
trayéndome la imagen de todo lo perdido.
Solo resta ir hacia ello por encima de la añoranza,
hacia la última noche.
No hay nada que se pueda hacer
para restituir su vieja algarabía.

A través de las puertas entreabiertas,
de las ventanas desprendidas y de las tejas rotas,
la brisa de la eternidad se ha llevado los rastros últimos,
como sigue llevándose a mis muertos.

Muy pocas voces quedan ya:
tan solo algunas ansias guturales
sin posibilidad de charla,
de escuchar las anécdotas del día.
No hay nada que se pueda hacer.
Nada que se pueda hacer al respecto.

¿Por qué entonces mi niño deambula sin conciencia
por sus rincones, bajo la enramada,
sentado sobre la tierra del patio,
pálido por la luz del alba?
¿Por qué, si todos han partido ya,
y no hay gatos ni perros ni palomas?
¿Por qué, si la casa carece ya de luz eléctrica,
si solo puedo ver la sombra,
escarbar, como un perro por su hueso,
los restos enterrados de aquella gritería,
y no hay ya nada que se pueda hacer ahí?


viernes, 26 de junio de 2020

La cama

Hoy percibí al destino olvidado de mí.
Por más que hasta la aurora le reclamo en mi cama
me niega de la gloria el dulce frenesí,
y en mis húmedos leños no me enciende la llama.

Casi sin esperanza, febril día tras día,
calladamente acepto en la agobiada noche
su corazón helado, su muda lejanía,
y con su cruel condena me llena de reproche.

De a poco está matando mi ambición de avanzar;
cada vez es más brusco el gris amanecer
donde espero impaciente al dios de la emoción.

Mas solo hallo el tedio y ganas de matar
al hombre que no avanza, que no puede vencer,  
que rehúye la cama empleando un bastón.

jueves, 25 de junio de 2020

El silencio de Rimbaud

A veces las palabras caen de su árbol
y anhelan retoñar en la tierra con su propio sonido,
arropado en las mismas vocales y consonantes;
y preñadas en la mudez, anhelan derramar
frutos idénticos.

Si todas las palabras sueñan de lo mismo,
el árbol retrocede en desnudez grotesca,
los pájaros lo rehúyen, porque el canto se hace insostenible
ante tanto vacío que absorbe los ecos de sus vibraciones;
y los rayos del sol, antes vertidos en los matices de las hojas,
caen de pleno sobre el verso cual cuchillos de varas encendidas.

Entonces, cualquier sitio de la tierra es siempre páramo,
y más vale entregarse al tiempo, con el mismo afán
que un mercader de armas buscando fortuna,
esperando que las palabras admitan
su naturaleza de conjunto.

miércoles, 24 de junio de 2020

Una vuelta por mi hastío


Cada vez que salgo a dar una vuelta por mi hastío
suena en mi pecho una flauta antigua
de sonidos apagados que rondan el silencio,
de costura de mis labios por demonios sin trazas,
de melancolía hermafrodita que se fecunda a sí misma.

No tengo ojos para sostener su mirada,
no tengo cansancio suficiente
ni hambre suficiente
ni angustia suficiente para pedir albergue al corazón
que me tiende amablemente su tristeza.

Por suerte existen los paseos donde nadie puede encubrir el firmamento,
el aire se estaciona y se emociona, se vuelve piedra inmemorial,
mientras los pájaros siguen pasando uno a uno
como cachorros propiciamente destetados.

Y permiten volver sobre las espaldas dormidas de la tarde
para auscultar las entusiastas mariposas recogidas.