domingo, 28 de junio de 2020

Marion ha chocado con mi auto


Cuando se le acabaron los cigarrillos salió a comprarlos con su amiga en mi auto,
y a poco oímos, en el silencio de la madrugada, el estruendo de un choque.
Corrimos para ver lo que había pasado. La vi a Marion en la vereda
charlando alegremente con su amiga. Hasta hoy en mi mente
perdura la imagen de tanta belleza y del repleto amor que yo sentía.

Se había tragado la primera bocacalle destrozando el carro.
Sobre la calle solitaria caía una neblina densa cuando la abracé,
y luego las luces policiales me recomendaron predisponerme.

Era invierno y su rostro estaba blanco, pero no de susto,
sino de alegría alcohólica que la exoneraba de toda culpa
y me hacía responsable frente a los corruptos hombres de la ley.
Pagué y se fueron.
Llegaron los mirones quienes se inclinaban ante su «hazaña» de diva,
ante su locura de juventud sin heridos graves, sin víctimas fatales,
ante su cuerpo marcado hasta el abismo por su pantalón de licra.
Un vecino canoso que observaba desde su balcón de enfrente,
luego de oír mis palabras: «Es solo un auto, no te preocupes»,
se sonrió aprobando mi reacción de amante comprensivo.

Estando el auto sin seguro, decidí postergar los trámites para mañana.
«Llamaremos un taxi para ir a comprar tus imperiosos cigarrillos»,
le dije desde el fondo de mi amor, mientras mis manos repasaban sus caderas.
Y sensibilizado por mi puro sentimiento, agregué:
«Estar contigo, Marion, vale mucho más que mil autos».

Luego de su risa loca se puso a llorar aún más loca sobre mi hombro,
y a besarme con afán, como en los primeros tiempos. El sentimiento de culpa
la volvió tan ardiente que en esas primeras horas del alba
me compensó con el inolvidable sexo de mi vida.