Su rostro, imagen de
divino asombro,
su cabello dorado sobre
el hombro,
su palabra de mística
creíble…,
me cubren de embriaguez
indescriptible.
Bajo la luz brillante de
sus ojos,
llamarada de ingénitos
antojos,
juguetean los pájaros del
mundo:
obra del genio creador
fecundo.
Su boca, corazón de la
manzana,
es un llamado rojo en la
ventana
de la noche. Lo miro en
el trasluz,
entre el destello de su eterna
gloria
y el hombre; llama y
sangre absolutoria,
ansia de amar carnalmente
la luz.