A veces las palabras caen
de su árbol
y anhelan retoñar en la
tierra con su propio sonido,
arropado en las mismas
vocales y consonantes;
y preñadas en la mudez,
anhelan derramar
frutos idénticos.
Si todas las palabras
sueñan de lo mismo,
el árbol retrocede en
desnudez grotesca,
los pájaros lo rehúyen,
porque el canto se hace insostenible
ante tanto vacío que
absorbe los ecos de sus vibraciones;
y los rayos del sol,
antes vertidos en los matices de las hojas,
caen de pleno sobre el
verso cual cuchillos de varas encendidas.
Entonces, cualquier sitio
de la tierra es siempre páramo,
y más vale entregarse al
tiempo, con el mismo afán
que un mercader de armas
buscando fortuna,
esperando que las
palabras admitan
su naturaleza de conjunto.