jueves, 4 de junio de 2020

Te podés ir al carajo, mi amor


Tantos años de lucha por conquistar tu boca,
tus pechos intocables,
por alunizar sobre tu vientre,
por hacerme cargo de los temblores de tu cuerpo,
por crear una familiar complicidad en el desnudo,
por desnudarte bajo mi atenta mirada…;
y ahora, de repente, has regresado
a tu maldito colegio de monjas,
a tu pupilaje donde te bañabas con calzones
porque el contacto de tus manos con tu vagina
se consideraba un deleznable pecado.

Casi he logrado tu liberación.
Habíamos entrado ya en la etapa de la irreverencia;
ibas acostumbrándote a mis taras sexuales,
caminabas desnuda y en tacones por el cuarto
para que yo me deleitara en la sinuosidad de tus meneos.
Te sonrojabas no de timidez sino de ardor,
de la terrible calentura que abrazabas,
y llegaste a entender la necesaria práctica
del sexo natural con la ternura de la adolescencia.

¡Maldición, maldición de maldiciones!,
todo se halla perdido y duele en la memoria.
Ya nada puede repetirse, no puedo llamarte
y decirte: «Mañana a las seis de la tarde,
en la esquina de siempre. Pensaré en vos».
Ayer hubo un intento de mi parte.
Me dijiste: «Sabés que soy una mujer leal.
no quiero andar con dos. Por mucho
que anhelara no puedo traicionarlo».