sábado, 27 de junio de 2020

La casa de la infancia

Todos se han ido.
El patio está enmalezado,
la casa está desatendida,
con telarañas, con hormigueros.
No hay nada que se pueda hacer ahí.

A través de las puertas entreabiertas,
de las ventanas desclavadas
y de las tejas rotas,
la brisa de la eternidad
se ha llevado las risas últimas.
Y sigue llevándose ahora
las evidencias de un hogar feliz.

Muy pocos gritos de alegría se oyen ya
de los confines del pasado.
No hay allí posibilidad de charla,
de contar las anécdotas del día
con sus chanzas.
No hay nada que se pueda hacer ahí.

¿Por qué entonces mi mente
deambula sin sentido
por sus rincones, patio y enramada,
si todos han partido,
si todo está sin gato, sin luz, sin mandarina,
y no hay ya nada que se pueda hacer ahí?


Variación sobre el mismo tema

Todos se han ido como aves de invierno.
El patio es un imperio de malezas, frutas silvestres,
hormigueros y telarañas.
Los cerrojos se encuentran sueltos, oxidados,
y se han extraviado las llaves.
¿Qué hacer para limpiar esas baldosas
hidráulicas con arte decoradas?

Cuando cumplí los nueve años yo
estaba ahí (guardo fotografías,
vestido de primera comunión, al lado de mi madre
feliz creyéndome salvado del infierno).

Ahora es tarde ya en la casa y en el tiempo,
y un grito lejano me llega en esta noche,
aullido de recuerdos de voces bulliciosas
que asaltan como un sueño desde el estar diario.
Estoy sin esperar a nadie, con la madrugada
trayéndome los rostros de mis muertos amados,
trayéndome la imagen de todo lo perdido.
Solo resta ir hacia ello por encima de la añoranza,
hacia la última noche.
No hay nada que se pueda hacer
para restituir su vieja algarabía.

A través de las puertas entreabiertas,
de las ventanas desprendidas y de las tejas rotas,
la brisa de la eternidad se ha llevado los rastros últimos,
como sigue llevándose a mis muertos.

Muy pocas voces quedan ya:
tan solo algunas ansias guturales
sin posibilidad de charla,
de escuchar las anécdotas del día.
No hay nada que se pueda hacer.
Nada que se pueda hacer al respecto.

¿Por qué entonces mi niño deambula sin conciencia
por sus rincones, bajo la enramada,
sentado sobre la tierra del patio,
pálido por la luz del alba?
¿Por qué, si todos han partido ya,
y no hay gatos ni perros ni palomas?
¿Por qué, si la casa carece ya de luz eléctrica,
si solo puedo ver la sombra,
escarbar, como un perro por su hueso,
los restos enterrados de aquella gritería,
y no hay ya nada que se pueda hacer ahí?