martes, 9 de junio de 2020

El desierto


Aquí,
tras el último aullido del pasado, hiendes la piel de la monotonía
en la planicie con su intenso sol.

Las dinámicas dunas te perturban, borran tus huellas por segundo
con ululantes y obstinados vientos; y solitario
en la penosa inmensidad, con tus inútiles vituallas,
rondas la ondulación sin límites.

La enferma sed propone el paisaje fatal de las arenas,
los espejismos: agua de las corrientes cristalinas
de los lejanos valles, manjares de tu madre
sobre el mantel de hilo almidonado, 
sonrisas de mujeres diestras en el recreo del amor.

Ante el ancho horizonte sin ribera
cunde tu alarma en la sospecha del vagar eterno,
bajo el zarpazo de la muerte misma.
Curtido en la vigilia ya no eres soberbio como ayer.

Descrees de los vuelos circulares de las pacientes aves,
de los signos de luz de las estrellas,
de las huellas de coyotes sedientos,
de los pobres oasis que puedas encontrar.

Humano e imperfecto,
sufre tu espíritu en la humillante trampa:
caminas libre pero sin destino.