Aquí,
tras el último aullido
del pasado, hiendes la piel de la monotonía
en la planicie con su
intenso sol.
Las dinámicas dunas te
perturban, borran tus huellas por segundo
con ululantes y obstinados
vientos; y solitario
en la penosa inmensidad, con
tus inútiles vituallas,
rondas la ondulación sin
límites.
La enferma sed propone el
paisaje fatal de las arenas,
los espejismos: agua de
las corrientes cristalinas
de los lejanos valles,
manjares de tu madre
sobre el mantel de hilo almidonado,
sonrisas de mujeres diestras en el recreo del amor.
sonrisas de mujeres diestras en el recreo del amor.
Ante el ancho horizonte
sin ribera
cunde tu alarma en la
sospecha del vagar eterno,
bajo el zarpazo de la
muerte misma.
Curtido en la vigilia ya
no eres soberbio como ayer.
Descrees de los vuelos
circulares de las pacientes aves,
de los signos de luz de
las estrellas,
de las huellas de coyotes
sedientos,
de los pobres oasis que
puedas encontrar.
Humano e imperfecto,
sufre tu espíritu en la
humillante trampa:
caminas libre pero sin
destino.