lunes, 22 de junio de 2020

Desolación de los recuerdos


Han muerto todos, todo ha muerto: hombres, dichas, jardines, las estancias
donde en las noches surtas las fuerzas del trajín en mágicas auroras reponían.
Y ahora buscan retornar por el cupo de fiesta,
por los festejos de las payasadas, de la imaginación —pájaros recurrentes—,
para poblar el viejo árbol de la algarabía.
El mudo corazón, en su penosa singladura,
descubre las ausencias, despojos del naufragio,
los cofres sobre el mar, la vida que surcaba a barlovento.

Tiendo los ojos hacia el cielo del ayer
y una llovizna de sigilos me percibe sobre la soledad del tiempo.
Me ejerce la memoria. La sangre, dilatada en coágulos de olvido,
quiere enlazarse a las vivencias lúcidas desterradas del cuerpo.
Ya no se observan las lluvias torrenciales, el lodo de las calles,
el bosque de los patios, el beso de la luna en la enramada.
No existen pájaros ni flores ni árboles ni piedras
que saludar en las mañanas; sólo lejanía, sólo las tardes ya sin surcos.
Hoy dudo si existieron los zaguanes oscuros, las rústicas veredas,
las ranas del aljibe, los enanos sonriendo en el jardín.
Se encrespa en el abismo de la bruma mi lengua,
donde la noche, más que bóveda de astros,
es vasta ausencia, y se demora en reponer mi voz.

¿Dónde estarán los muertos míos? ¿En qué fronda
sin fin de la existencia despertarán como graciosos duendes?
¿En qué fondo de algún perdido mar, en qué atolón, en qué isla del sueño?
¿Qué hago yo ante mi hermano muerto, buscando cómo amarlo,
qué rostro revivir en mi tristeza, cuánto verter en mi alma su corazón definitivo?
Mis muertos me convocan para clamar mi nombre
con el amor que busca su universo de signos, con el amor de luto constelado.
«¡Voy a vosotros, muertos míos!» Ocupo mi lugar en el carruaje, empuño el látigo,
ruge mi voz como reproche a tanta ruina, 
disparo arpones de congoja contra el cielo.
Mis alas replegadas caen sobre las víboras del tiempo.
No puedo comprender nuestro destino. ¡Piedad, por no perderme todavía!

Efluvios ancestrales inundan territorios de la memoria ansiosa, y cruje el alma
y se desploma y calla ante el adiós por siempre jamás melancolía.