Han muerto todos, todo ha
muerto: hombres, dichas, jardines, las estancias
donde en las noches
surtas las fuerzas del trajín en mágicas auroras reponían.
Y ahora buscan retornar
por el cupo de fiesta,
por los festejos de las
payasadas, de la imaginación —pájaros recurrentes—,
para poblar el viejo
árbol de la algarabía.
El mudo corazón, en su
penosa singladura,
descubre las ausencias,
despojos del naufragio,
los cofres sobre el mar,
la vida que surcaba a barlovento.
Tiendo los ojos hacia el
cielo del ayer
y una llovizna de sigilos
me percibe sobre la soledad del tiempo.
Me ejerce la memoria. La
sangre, dilatada en coágulos de olvido,
quiere enlazarse a las
vivencias lúcidas desterradas del cuerpo.
Ya no se observan las
lluvias torrenciales, el lodo de las calles,
el bosque de los patios,
el beso de la luna en la enramada.
No existen pájaros ni
flores ni árboles ni piedras
que saludar en las
mañanas; sólo lejanía, sólo las tardes ya sin surcos.
Hoy dudo si existieron
los zaguanes oscuros, las rústicas veredas,
las ranas del aljibe, los
enanos sonriendo en el jardín.
Se encrespa en el abismo
de la bruma mi lengua,
donde la noche, más que
bóveda de astros,
es vasta ausencia, y se
demora en reponer mi voz.
¿Dónde estarán los
muertos míos? ¿En qué fronda
sin fin de la existencia
despertarán como graciosos duendes?
¿En qué fondo de algún
perdido mar, en qué atolón, en qué isla del sueño?
¿Qué hago yo ante mi
hermano muerto, buscando cómo amarlo,
qué rostro revivir en mi
tristeza, cuánto verter en mi alma su corazón definitivo?
Mis muertos me convocan
para clamar mi nombre
con el amor que busca su
universo de signos, con el amor de luto constelado.
«¡Voy a vosotros, muertos
míos!» Ocupo mi lugar en el carruaje, empuño el látigo,
ruge mi voz como reproche
a tanta ruina,
disparo arpones de
congoja contra el cielo.
Mis alas replegadas caen
sobre las víboras del tiempo.
No puedo comprender
nuestro destino. ¡Piedad, por no perderme todavía!
Efluvios ancestrales
inundan territorios de la memoria ansiosa, y cruje el alma
y se desploma y calla
ante el adiós por siempre jamás melancolía.