Todo el tiempo cantándole
a la muerte,
mientras oye y percibe y
conjetura
que su vida no es
la realidad insatisfecha
sino acabado son que la
trasciende.
Sus liras le resultan
dádivas de pájaros,
de unas voces de afuera,
de una lluvia en retorno
hacia las nubes,
del mundo desde abajo y
hasta arriba,
de hades y de olimpos,
ruiseñores enviados solo
a él.
Desclava esclusas de la
tempestad,
ansioso del azote de
perpetuos rayos,
sufriendo los aullidos de
los árboles
en los inviernos gélidos,
las penas escondidas en
violines,
presagios de destierros,
divina nitidez.
La soledad no ceja
en echarlo a la arena todo
el tiempo
para contender con los
gladiadores
de sí mismo.