miércoles, 26 de febrero de 2020

Alejandro Magno

Jamás olvidaremos tus gestas, rey del mundo,
aunque difusos siglos alejan de tu gloria
este remoto tiempo. Repite la memoria
los cantos vencedores, el coraje rotundo.

Hijo de Macedonia, del otro rey brutal,
saciando los impulsos del felino guerrero,
con sublime artería —tigre sobre el cordero—
condenabas legiones al destino fatal.

Por mares de victorias, sobre divinas barcas,
aplastando el orgullo de rebeldes monarcas,
griegos, egipcios, persas, tu furia sometía.

Aquiles invencible: olímpicos favores
te urdieron inmortal; y terrestres honores,
el más humano dios de la mitología.



martes, 25 de febrero de 2020

Aforism(í)o 35


Yo le temo a un Dios de cuya existencia dudo.

Recuerdo póstumo

Vas andando los días y descubres
ciertas flores ausentes del sendero,
recuperas el agua acumulada
evocando la sed que has compartido.

Voces que llaman de la sangre,
teñidos de sudor y persistencia
y tierra cotidiana.

La noble compañía  
creyendo ciegamente en tus impulsos
de sueños y quimeras.

El vendaval de afecto
que en zumo de existencia
sin cesar te ofrendaba.

En la transida noche
del alma suplicante,
nadando en la corriente de los días,
cantas la eternidad como un mendigo. 


lunes, 24 de febrero de 2020

Aforism(í)o 123


El talento es un duende poderosamente creador, pero holgazán, que vive dentro de nosotros. Hay que aprender a tratarlo para hacerlo elaborar, pues, fácilmente, se aburre y se queda dormido.

Por qué no me abandonaste aquella noche


Discutimos.
Te lancé insultos que rompen tolerancias.
Dejaste de mirarme,
te dirigiste hacia la puerta 
decidida a abandonarme.
Te detuvo la duda.
Te volteaste mirándome de frente. . .
y lentamente volviste hacia mí.

¿Por qué no me dejaste aquella noche?
¿Tuviste lástima?
¿O acaso fue la noche, imponente, estrellada,
vaciándose en mis ojos?

Aforism(í)o 3


Luego de encontrar los pequeños tesoros, uno debe deshacerse de ellos; no sea que se pierda la ambición, el deseo de buscar los grandes, los verdaderos y auténticos tesoros. Como el pescador que devuelve al río los peces pequeños que no le sirven.

El color de mi tierra


Esta tierra con mis antepasados
huele a lapachos dando flores que chorrean
amarillos, rosas y blancos siglos,
y hace posible que mi olfato
los convierta en aromas de bacterias
que comen como a quesos
los contornos del cielo azul.
Esta tierra que mata a sus patriotas
por no verlos sufrir la tiranía.

Con mi corazón impaciente palpo mi terruño,
y la vida se enciende en mis volcanes mudos,
y la vida se siente magma de mis quimeras,
catacumbas de lázaros torturados,
muertos que buscan su acomodo en la historia oficial.

Esta tierra la escarbo con manos agrietadas
para crear el surco que no pierda su aliento,
y ella se agita con mi soledad
que casi ya no entiende lo que habla;
y ella espera la lluvia como espero
el grito de su libertad,
como espero las uvas y las mandarinas,
como espero la llama de mis ojos
observando la patria victoriosa.

Esta tierra fue siempre roja, tierra colorada,
aún después de los entierros.

domingo, 23 de febrero de 2020

El primer beso

Era encarnado amor, audaz, oculto.
Lucía el éter cóncavo, perfecto.
Hirió la noche el tajo azul y recto
de un cometa, cobrándose el insulto

de la luna prendida a sus cerrojos
mientras, hostil, el dios de las doncellas,
negro y umbrío, desterrando estrellas,
me denegaba los ardientes ojos.

Al acercarme a su rubor, su risa
arrancaba la gula lujuriosa,
e hizo harapos la virtud sumisa.

Dulce entierro en la cámara pulposa
de sus labios, y en súplica indecisa
los pétalos carnales de la rosa.

sábado, 22 de febrero de 2020

Aforism(í)o 6


Se puede vislumbrar que ciertos hechos cotidianos pueden provocar grandes cambios en el curso de las vidas de las personas, e incluso, en el de personas que nada hicieron para provocarlas. Siento una terrible pequeñez humana ante la fuerza de esos cambios bruscos que, en un instante cualquiera, determinan grandes alegrías o tristezas en el ser humano. De una u otra forma, se puede inferir, que somos esclavos de la fatalidad; que hagamos el esfuerzo que hagamos, siempre estaremos ante la posibilidad de que algún designio, favorable o adverso, cambie levemente o para siempre el curso de nuestro destino. Y no en vano, dijimos, que vivimos esquivando la muerte a cada instante.

Paraíso terrenal


No sabe cómo fue a parar a ese oasis
salvador de vidas extraviadas en el desierto.
O tal vez lo sabe pero nunca tuvo
la necesidad de exteriorizarlo.
Quizás fue su mujer quien lo impulsó
a rebelarse de su despreocupada forma
de soportar su cautiverio anterior.

Lo que a mí me consta es que ella lo ayudó
a escapar de la maldita esclavitud de los empleadores,
y se alojó con él en el oasis.
Pero ella sale, va a la ciudad y viene,
se escabulle y no se escapa, y lo tiene para ella sola
(sólo con pequeñas quejas por parte de él).

Para ella es más que un simple oasis:
es el mismísimo paraíso terrenal.
Es el cielo en la tierra que le proporciona
todo lo que femeninamente requiere sentir:
amor de hembra, amor maternal, amor filial,
amor floral y amor a su loro encantador.
Qué más le puede pedir a la vida.
Tiene todo: agua fresca en el clima cálido 
(que ahuyenta las enfermedades),
fresco alimento y un refugio contra las tormentas de arena,
caricias al dos por tres y a cualquier hora. Masajes.

Es como para cantar alabanzas a Dios todas las tardes.
Recuperar los Ángelus, la sonrisa espontánea
de los mansos que heredarán la tierra.

viernes, 21 de febrero de 2020

Aforism(í)o 121

La voz poética ostenta un libre albedrío absoluto: puede publicar los vicios y las miserias más abominables de su poeta, asumiéndolas como suyas.

jueves, 20 de febrero de 2020

Los hunos modernos

Pasan como flotando en una reverberación de éxtasis,
golpeando con sus recios cascos la tierra arrasada.
Agradezco estar loco a la vera del camino, absolutamente
protegido por sus indiferentes miradas a mi existencia,
viviendo en paz aunque como un pobre perro abandonado.

Pero ellos no saben que su arte es más tonta que la mía.
No saben que mi labor es desangrarme, abrirme heridas en la carne,
y no presumir de ornamentos vacuos: pabellones, espadas, escudos,
sobre caballos con las crines desenredadas que juegan con el viento.
No saben que puedo plantarles cara en una partida de truco
y en contar las mejores anécdotas de una prisión superpoblada.

Cultivo mi huerta: tomates, lechugas, zapallos y amén.
Aprendí la ciencia del buen comer (¡a cuidar las tripas, carajo!,
para no morir como soldados ingenuamente antes de tiempo).
Descubrí que la verdadera lucha por la vida se halla en combatir
al virus que llega con la propagación de los gusanos de Atila.

martes, 18 de febrero de 2020

Besos

Todas las noches en que tu gaviota
fue forjando la historia de mi hombría,
todas las horas en que juntos transitábamos
hacia el anhelo tántrico de los acantilados . . .

ocupan hoy, ahora, las rudas altitudes
donde es urgencia el alboroto de tus alas,
y necesarias las estratagemas laboriosas
con que pueda acercarme
hasta el desfiladero de tu espalda.

Sin palabras, sin orden, sin sentido,
en vano alargo la distancia hasta la aurora
si en cada intento logras
la gracia satisfecha de un vuelo autónomo,
mientras yo solo observo que en cada risa tuya
un beso menos me amas,
un beso más te pierdo.

lunes, 10 de febrero de 2020

Padre-pájaro

Me hice un padre-pájaro
para nacer de nuevo —ya con alas—,
en los difusos humedales del hastío
donde se acuñan las graciosas plumas.

Mi pájaro biológico —triste mutante—,
reptaba las llanuras sin despegar el vuelo,
aunque sobre sus hombros descubrí,
en la carrera a ras del suelo,
las gradas de la altura.

Para advertir las nubes me deshice,
con copioso dolor,
de mi lastre mortal y planetario,
de mis patas folclóricas,
de mis ojos raciales,
de mi instinto borrego.

—¡Ah, soledad de estrellas,
beso de luna, corazón liviano,
soplo de ingravidez de altas cumbres,
siempre quise ser este pájaro de audaces alas!

Mi padre-pájaro me ha devuelto el alma,
me pía y me revela su canto protector,
su búsqueda y su grito allá en la cima,
cuando al taparme las opacas nubes
siento perderme.






miércoles, 5 de febrero de 2020

Pilatos

Con la mirada dura e imponente,
observa la morbosa muchedumbre,
mientras una piadosa pesadumbre
surge de los abismos de su mente.

Intercede buscando así evitar
la locura y la sangre derramada.
Intenta de un final vano salvar
al que a Roma jamás ofendió en nada.

Mas, sabiendo que el magno cometido:
cuidar los intereses imperiales,
más allá se encontraba de los males
de la plebe y su grito enloquecido,

con hábil pragmatismo de romanos
hace que juzgue la feroz jauría,
y al ver que clama por la misma orgía
se lava la conciencia con las manos.

Más tarde, al agolparse los impíos
al paso de la cruz ensangrentada,
dice, Pilatos, con la voz hastiada:
“¿No es acaso un pleito de judíos?”.



Recuerdos de un amor adolescente


Ahora que estás muerta
sostendré los recuerdos que me quedan
tuyos, mi inolvidable Marion —mi nudo clandestino—,
de aquellas noches cuando eras virgen todavía;
de aquellas calles cómplices, abrazados siameses
bajo la sombra de los árboles
que anulaban la luz del alumbrado sobre tus muslos.
(En la semipenumbra,
entre besos y besos, mis manos insistían.)

Aunque gastados sus pigmentos
—por el andar del desengaño que la sed de ansiedades sustentara—,
guardan tus ojos sus profundos grises;
y en frágiles imágenes pervive tu manera de amar,
contaminadas por el ritmo raudo
de nuestro mundo actual de tecnológica locura.
Rescato sin embargo nítida tu firmeza,
tu intransigencia a mi premura de ir al grano.

Retocar el matiz debilitado —principalmente, tu rubor—,
de tu fragilidad y languidez
que soportaba el viento huracanado de mi instinto;
resucitar los jadeantes escorpiones del amor
bajo el embrujo de nuestras promesas:
«te amaré para siempre, vida mía»,
mientras la noche acompañaba
ante tu cuerpo enardecido por las caricias previas
el sufrido calvario de mi hombría.

Sostendré siempre aquellos recuerdos que me quedan:
imágenes de nuestros dioses muertos
que impresionan como tatuajes en colores,
sueños simbólicos y húmedos,
el afán de escalar la montaña sagrada,
el hambre que hincaba la pulpa del deseo
sin cerveza, sin vino, sin ninguna droga.

Nadie podrá sacarte de mi mente.
Ni siquiera aquel cuadro La Gioconda
trasmite esa sonrisa satisfecha.