No sabe cómo fue a parar
a ese oasis
salvador de vidas
extraviadas en el desierto.
O tal vez lo sabe pero
nunca tuvo
la necesidad de
exteriorizarlo.
Quizás fue su mujer quien
lo impulsó
a rebelarse de su
despreocupada forma
de soportar su cautiverio
anterior.
Lo que a mí me consta es que ella lo ayudó
a escapar de la maldita
esclavitud de los empleadores,
y se alojó con él en el
oasis.
Pero ella sale, va a la
ciudad y viene,
se escabulle y no se
escapa, y lo tiene para ella sola
(sólo con pequeñas quejas
por parte de él).
Para ella es más que un
simple oasis:
es el mismísimo paraíso
terrenal.
Es el cielo en la tierra
que le proporciona
todo lo que femeninamente
requiere sentir:
amor de hembra, amor
maternal, amor filial,
amor floral y amor a su
loro encantador.
Qué más le puede pedir a
la vida.
Tiene todo: agua fresca
en el clima cálido
(que ahuyenta las
enfermedades),
fresco alimento y un
refugio contra las tormentas de arena,
caricias al dos por tres
y a cualquier hora. Masajes.
Es como para cantar
alabanzas a Dios todas las tardes.
Recuperar los Ángelus, la
sonrisa espontánea
de los mansos que
heredarán la tierra.