jueves, 20 de febrero de 2020

Los hunos modernos

Pasan como flotando en una reverberación de éxtasis,
golpeando con sus recios cascos la tierra arrasada.
Agradezco estar loco a la vera del camino, absolutamente
protegido por sus indiferentes miradas a mi existencia,
viviendo en paz, aunque como un pobre perro abandonado.

Pero ellos no saben que su arte es más tonta que la mía.
No saben que mi labor es desangrarme, abrirme heridas en la carne,
y no presumir de ornamentos vacuos: pabellones, espadas, escudos,
sobre caballos con las crines desenredadas que juegan con el viento.
No saben que puedo plantarles cara en una partida de truco,
y en contar las mejores anécdotas de una prisión superpoblada.

Cultivo mi huerta: tomates, lechugas, zapallos y amén.
Aprendí la ciencia del buen comer (¡a cuidar las tripas, amigos!,
para no morir como soldados ingenuamente antes de tiempo).
Descubrí que la verdadera lucha por la vida se halla en combatir
al virus que ataca por la propagación de los genes de Atila.