domingo, 23 de febrero de 2020

El primer beso

Era encarnado amor, audaz, oculto.
Lucía el éter cóncavo, perfecto.
Hirió la noche el tajo azul y recto
de un cometa, cobrándose el insulto

de la luna prendida a sus cerrojos
mientras, hostil, el dios de las doncellas,
negro y umbrío, desterrando estrellas,
me denegaba los ardientes ojos.

Al acercarme a su rubor, su risa
arrancaba la gula lujuriosa,
e hizo harapos la virtud sumisa.

Dulce entierro en la cámara pulposa
de sus labios, y en súplica indecisa
los pétalos carnales de la rosa.