miércoles, 5 de febrero de 2020

Recuerdos de un amor adolescente


Ahora que estás muerta
sostendré los recuerdos que me quedan
tuyos, mi inolvidable Marion —mi nudo clandestino—,
de aquellas noches cuando eras virgen todavía;
de aquellas calles cómplices, abrazados siameses
bajo la sombra de los árboles
que anulaban la luz del alumbrado sobre tus muslos.
(En la semipenumbra,
entre besos y besos, mis manos insistían.)

Aunque gastados sus pigmentos
—por el andar del desengaño que la sed de ansiedades sustentara—,
guardan tus ojos sus profundos grises;
y en frágiles imágenes pervive tu manera de amar,
contaminadas por el ritmo raudo
de nuestro mundo actual de tecnológica locura.
Rescato sin embargo nítida tu firmeza,
tu intransigencia a mi premura de ir al grano.

Retocar el matiz debilitado —principalmente, tu rubor—,
de tu fragilidad y languidez
que soportaba el viento huracanado de mi instinto;
resucitar los jadeantes escorpiones del amor
bajo el embrujo de nuestras promesas:
«te amaré para siempre, vida mía»,
mientras la noche acompañaba
ante tu cuerpo enardecido por las caricias previas
el sufrido calvario de mi hombría.

Sostendré siempre aquellos recuerdos que me quedan:
imágenes de nuestros dioses muertos
que impresionan como tatuajes en colores,
sueños simbólicos y húmedos,
el afán de escalar la montaña sagrada,
el hambre que hincaba la pulpa del deseo
sin cerveza, sin vino, sin ninguna droga.

Nadie podrá sacarte de mi mente.
Ni siquiera aquel cuadro La Gioconda
trasmite esa sonrisa satisfecha.