Esa luz de los lóbregos
tormentos,
esa canción de noches
silenciosas,
ese hechizo que emana de
las rosas,
esa miel de los ácidos
momentos.
Ese bosque de piel, cumbre de alientos,
donde el ave, en noches
tormentosas,
acurruca sus alas
presurosas
sobre tibios follajes
irredentos.
Esa charla de lluvia sin
dilema,
presagio de cristal y
melodía
que riegan a los árboles
del día.
Ese beso y la urgencia del
poema,
la infinitud del alma,
aquella extrema
resonancia que nuestros pasos guía.