Óyeme, amor: a ti vengo a escribir
este poema de anhelantes versos,
sinceros y devotos, y de tersos
adjetivos que buscan redimir
las horas del rencor, desperdiciadas
en silencios intrusos, en vagar
las estancias vacías, y en penar
con los grillos las horas desoladas.
Porque ya no te rinde lo sangrante
que mi mirada vierte, porque exima
de culpa el alma al criminal confeso,
aquí viene a insistir mi voz amante,
desde esta lasitud en que lastima
el moribundo hábito del beso.
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