Irrevocablemente, sin apuros,
nos encontraremos unidos,
y seré yo quien te siga con toda
mi inexperiencia de cadáver,
de fantasma que lucha
por sus reliquias familiares,
inseguro de la inmortalidad,
pero dejando ya este cuerpo vano,
esta lengua callada en el instante,
este retrato de vampiro en el espejo,
jugando con el alma en la derrota,
llamando a gritos a lo que no responde.
Detrás de la existencia ya no existe la luna
ni este planeta. Solo seremos tú y yo
con nuestros viejos pergaminos
trazando las estelas,
defendiéndonos del silencio.
Cantando llegaré, te enseñaré a cantar,
sin errores en los compases,
con mi último rostro de estar vivo,
para que entiendas que no has perdido mucho
por morirte temprano,
que las flores son siempre flores,
y nada portentoso ha sucedido
desde tu ausencia:
siempre la misma forma de matarnos,
la misma manera de herirnos,
de emborracharnos,
de entender la razón de lo imposible.
Seremos dos hermanos
que recorren las viñas de los duendes,
un libre pasaje abrazados en la sombra
en surco de infinito,
dos hermanos que ya no existen
en la cotidianeidad de la luz,
en la espontaneidad de los volcanes,
donde tú ya no existes
en el pantalón corto azul y la camisa a cuadros,
y yo en este desnudo esfuerzo de mis sílabas.
Dos hermanos en pena con el adiós eterno,
aunque ya libres de nostalgias para siempre.
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