La vida es el vitral de la muda clepsidra,
una cumbre sin aire sobre el amor rendido,
es la visión del cielo en su conjura.
La vida es un laberinto en llamas,
la piel de los volcanes; y el destino,
la promesa de llagas, de huida a tiempo
donde no pueda ya incendiarnos.
Nos queda el mutuo desconsuelo,
y el adiós lacerándonos el alma.
Reclamo el último desierto de tu fe,
sin espejismos de la dicha,
aunque turbias las aguas del oasis,
aunque arenas quemantes el camino.
No pido lluvias
ni la casualidad de la esperanza,
sólo el pulso velado de tu brío,
y saber si percibes mis facciones —o el cenotafio—
para el día de mi muerte.
No hay comentarios:
Publicar un comentario