Ah, tardes de la antigua
edad del mundo
cargadas de estupor y
lejanías,
crepúsculos fluyendo en
agonías
sangrantes del incógnito
profundo.
Visiones ateridas en
conciertos
de brillos en el sol de
los ocasos.
Estoicas tardes de
suicidas pasos
escrutadas por ojos
inexpertos.
Desamparados los primeros
hombres
en intemperies gélidas,
tallada
la mendiga oquedad y
abandonada
en grutas hoscas. Héroes
sin nombres.
Tardes de luz —secreta vastedad—,
horas yertas y lluvias
torrenciales,
homínidos errando
primordiales
con auras ya de humana
eternidad.