He roto los cristales de
las lágrimas,
he incendiado los bosques
de la risa
en el alma desierta de
mis pájaros,
en la memoria
repleta de recuerdos
tuyos.
He roto con mi canto de
melodías rotas,
con mis serpientes grises
soñando en los cobijos
del futuro,
con la tumba en mi cuerpo
y un llévenme a la nada.
Por la calle desierta,
sin putas ni peatones,
ambas manos hundidas en
los huecos bolsillos,
a cada paso de mi marcha,
al tiempo de avanzar
hacia el rincón propicio
de un café,
las vuelvo puños.
Quédate tú con nuestras
almohadas,
que yo tendré este
amanecer fantástico
para mí solo.