viernes, 22 de mayo de 2020

Mi amante bebía raudales de whisky


Era una muchacha brutal de cuerpo
que golpeaba su vaso de whisky contra la mesa
siempre que lo vaciaba (era mi muchacha);
y el mozo, un joven tímido, dudaba en la recarga
hasta que ella gritaba: «Viva la autodestrucción»,
mientras amenazaba con quitarse la blusa.
El mozo hacía coro y volvía a cargar su vaso.

A partir de aquellos excesos se inició mi guerra.
Necesité francotirotear a cada señorito
que mostraba sus blancos dientes y su sonrisa tonta,
hasta que se creó una casta de calentones reprimidos.
El propietario me propuso que la guerra sea su guerra
y hacía que me sintiese el dueño del bar
(el muy ladino pretendía también a mi chica).
Por suerte estaba yo libre de vanidad.
sin tarjeta de crédito para ser esquilmado.

Ella, una vez, como provocación, me interrogó:
«Si tanto te molestan estos hombres que me persiguen,
¿por qué seguimos trasnochando en este bajo fondo?»
Yo le dije: «Porque si aquí te acostumbras a amarme,
me amarás muchas noches, noche tras noche,
serás tan seductora como una perra en celo,
me cargarás sobre tus hombros cuando esté borracho
y crucemos los charcos de aguas servidas,
te será indiferente que las sillas sean de plástico,
te dará igual que el whisky sea de maíz, Kentucky o de Georgia,
no te impresionarán los músculos viriles, los bíceps
que pretendan lograr tu cama con sus contorsiones.
Me amarás más allá del aullido de la manada.
Me amarás en cada vaso de whisky que te bebas».