Para cantar, Mefisto, los
eternos
cantares, ¿qué te diera
de mi suerte?
¿Mis últimos albures y,
en mi muerte,
el alma, como Fausto, a
los infiernos?
¿Y en canje por la pura
poesía?
En la ansiedad azul de mi
obsecuencia,
con afónica voz, sin
elocuencia,
sólo entono pueril
melancolía.
Si me dieras el sueño de
las rosas,
el numen de las almas
luminosas,
el ruiseñor de Keats, su
azul latido,
te concediese, como el
fiel inFausto,
mi eternidad de pira en
holocausto
y unos versos inmunes al
olvido.