Se inventa, entonces, mi
fiel gato, su fogosa gata, y sale a retener el aire enrarecido de la
medianoche. Su peso de conciencia cargada ya de ardores lo estimula y lo lleva
a buscar ese apareo heroico y suplicante, aquella agitación de la torpeza, la
mirada amarilla del deseo, la angustia de la carne lacerada, el placer de
sentir la vida como una herida abierta, como una causa que bien vale el grito
eternizado del instinto.
Cuando amanece es un gato
exánime, adormilado e indolente que sólo ansía prolongar el sueño, el roce de
la sábana y el cálido contacto de mis pies, ronroneando con dulzura como si
nada hubiese acontecido.