Recuerda mi memoria
transeúnte
un perro olisqueando mi silencio interior,
una calle rendida bajo la sombra de los pálpitos,
una calle rendida bajo la sombra de los pálpitos,
una playa sin mar.
Nada me incumbieron las puertas,
los destinos,
hojear los periódicos, la
llovizna cansada
y el olor del ozono.
Observábamos las paredes
del pequeño mundo que
urdimos.
Nadie escribió ningún
graffiti.
En el crepúsculo
habíamos depuesto a las
palomas,
y la luz se perdía
vaporosa tras las persianas
hiriendo los clamores de
la piel.
Quizá la primavera había
llegado
cuando murió la tarde,
o pasaron las lluvias y
el otoño,
o todos los puñales se
volvieron rosas,
o nos hicimos cómplices
de Dios en las estrellas.
Y no sé en qué momento
nos dormimos
mientras el mundo seguía con sus nimiedades.