Pudiera estar yo también
muerto
y ser fantasma en esta
vida,
vagando en los confines
de mi entorno,
porque la algarabía de mi
hermano,
que se encontraba en la
opuesta rama,
se desgajó a
destiempo y todo el peso
del árbol se me vino
encima.
Pudiera haberme muerto de
su ausencia
como mueren las ranas en
las ciénagas,
pero lo he sobrellevado,
y hoy lo acepto en su
abismo sin contacto,
reteniendo su infancia en
pocas fotos,
como si esperara su risa
que ya no sustenta,
sus ojos que confiesan
la existencia que ya no ríe.
¿No es esto estar muy
lejos de la suerte?
Y como los inviernos
no sólo matan primaveras,
sino también a quienes
más amamos;
y como nuestra sangre que
es conducto de oxígeno,
de constante renovación,
es también cuerda del
reloj que me desgasta
y me destruye lentamente.
. . ,
seré también, muy pronto,
como él,
recuerdo de una rama
desprendida
en el árbol caído de raíz.
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