No quieres ser poeta de
una sola voz,
no eres perro ni ave
ni gato con registros de
afecto y calentura
(te aturde la variante
del dulce ronroneo,
siempre girando sobre el
mismo tono).
Tu loro lo hace mejor que
cualquiera
estirando las letras cual
goma de mascar;
dice “hooola” de mil
maneras: grave, aguda,
contrarrítmica,
cadenciosa, enrevesada,
nerviosa, tímida, vulgar,
con tanta gracia que casi
parecen versos;
pero sucede que lo hace
cien veces, y mil veces,
y cree que lo hará
infinitas veces
porque no sabe nada de
los cielos
e ignora la vejez como la
muerte.
Mil veces el mismo poema,
con pequeños cambios de
fónicos matices,
sin importar que llueva o
llegue el fin del mundo,
sin importar si estás
turbado o te trajiste
la más insoportable de todas
las resacas.
Tu loro lo hace mejor que
cualquiera,
tantas veces por día,
tantas veces;
y cumple una larga
paciencia
acompañándote (lo sigue
haciendo hoy).
Te perdonen los amables
lectores
que esperan siempre “el
timbre de la voz”,
el “registro”, las
“ironías”, las astutas metáforas
(que tan bien disimulan
las vulgares ideas,
que tan sutilmente se
alejan de lo tópico),
si mañana se te ocurre
cantar
sin métrica, sin rima,
plagado de asonancias,
queísmos, leísmos,
coloquialismos,
infantiles anáforas,
caóticamente,
con sólo un puño de
emoción.
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