Has
alcanzado los confines de tu mundo,
los umbrales
de los resecos páramos,
sin
árboles, sin agua, sin amor,
con la
sonrisa en máscara.
Muchos
hombres caminan a tu lado
y
buscan como tú, con impaciencia,
descansar
de las dagas, las agujas,
y ven
los espejismos de sus ruinas,
el
trágico derrumbe de sus planes.
A lo
lejos, de las regiones pródigas,
en
donde la esperanza se besa con lo absurdo
y las
imágenes malignas dan inicio a la danza última,
los
cantos subyugantes llaman
con
sus voces rotundas que intimidan
más de
lo que promete la piedad.
Alucinado
por la sed, languidecido y casi ciego,
intentas
el cruce del páramo,
esa
cruel caminata con los pies arrastrados
que
abruma, desalienta,
y hace
que muchos quieran para siempre
dormir
en la intemperie.
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