Invisible al espíritu,
lejos
del aire mustio del otoño,
la
muerte está perdida, sin alarde,
huyendo
hacia los mundos marginales,
aturdida
y vencida
por la
fuerza arrogante,
por la
mirada que irrumpe en la belleza,
por el
gallardo cuerpo, entonces derrotada.
Temprano es el destino de su risa,
gozoso
en el recreo de la tarde,
soñando
el horizonte de un mar emocionante
henchido
de aventuras por vivir
que el
mundo en él despierta.
Respira el aire del que nunca duda
en
entregarse al ocio y a cantar
por
los vastos ramales de las calles,
sin
nada que atender en el resto del día,
librado
de infortunios,
impune
a los errores impulsivos,
al
ocio irresponsable
y a
las malas palabras.
En las inmensas noches sumergido,
—reino
con claves íntimas—,
de
insensatez cubierto ante el amor
(¡aclamado
por todos sus vasallos!),
despierta
en las mañanas distraído,
arrastrando
tras sí su interminable juventud.
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