Nunca fuimos
ajenos al afecto,
ajenos al afecto,
apátridas del llanto,
ladrones de la herida,
los ríos del rencor.
Viejos espíritus, tenaces
corazones,
aves que hablan con
cantos leyendas guaraníes
y sueños de florestas, de
duendes lujuriosos,
bajan por las cascadas de
los ríos.
Juro por las cadenas de
la sangre
que no fuimos nosotros
los culpables del miedo,
que siempre fueron libres
las cañadas,
y juro por las lluvias
torrenciales
que no fueron siempre las
penurias.
Nadie confía en nuestros
dioses,
no creen en nosotros
cuando oramos,
nos tratan como herejes
insolentes,
y aceptamos ayunos y
culpas miserables,
y cedemos la voz,
y borramos la risa por
centurias.
Pues, sáquenme el lenguaje
castellano,
cúbranme el rostro de
marrón oscuro,
con máscaras de guerra,
que haré de todas formas
con la lengua rebelde de
mi indio
de la injusticia, un
grito;
del sueño en la floresta,
mi agonía;
de mis versos, mi tumba.