Era una tarde gris y lloviznaba
y el
hombre se encontraba libre frente al penal.
Antes
de encaminarse hacia su casa volteó el rostro y masculló:
—¡Basura
humana! —mientras recordaba el acoso que padeció
a
manos de los guardiacárceles durante tres años y cinco meses.
Cuando llegó a su casa, el cielo estaba sin estrellas, lúgubre,
y la
llovizna seguía cayendo frente al farol del porche,
pero
su mujer encendió la noche con una gran sonrisa.
Bebieron
varias latas de cerveza y luego hicieron el amor
y
charlaron un par de horas, donde él descargó toda su pena;
y
mucho después que ella, él se quedó dormido y soñó
que se
encontraba nuevamente en el penal, en su celda,
en
tanto la misma llovizna triste caía detrás de las rejas;
y
llamó entonces a los gritos a los guardias pidiendo explicación,
y uno
de ellos, el más infame, con voz odiosa le espetó:
—De
este agujero no saldrás
hasta
que pagues todos tus delitos,
hasta
que cumplas toda tu condena.
A partir de ese instante, de nuevo el tiempo se detuvo
muchos
años en ese reino sin amor,
lejos
del cuerpo tibio de su amada.
No hay comentarios:
Publicar un comentario