Desde un tiempo sonríes con los labios mordidos
y llegas a la casa con olor a futuro.
Al desvestirte olvidas
en el perchero tus anécdotas.
Quise, por un minuto, suicidar
la musa de mi espíritu,
reponer las baldosas
desprendidas de nuestro acceso,
y al irrumpir la noche
correr a la cerveza que enfriaste,
pretendiendo salvar
el adarme de amor obsesionado.
En el jardín tan sólo resta
mudar los crisantemos frente a la magnolia
y al lado de los lirios, pero perdió el cristal
de color mi retina, ahora
ve las flores en blanco y negro.
Abatido,
anoche decidí perderte.
Mis cosas
—los textos esparcidos, la guitarra, el ordenador—,
no las toques.
Probablemente, en el vestíbulo,
con muy pocas palabras me retengas.