En solitario
(como equivale hacerlo un
hombre),
afronto la embestida de
las horas,
el gusano que acecha
(quizá en el barro, de
momento,
y no en la sangre,
todavía)
como el buitre en el
páramo.
Sufro la mala compañía
del silencio,
la blanca oscuridad de
cada aurora
en esta senda enmarañada,
en este caminar
sobre la espalda desnuda
del destino,
en este duro beso de la
madrugada.
Apremiado por ver llegar
la tea de los juegos
que iniciará la justa
olímpica,
acallo el ansia de correr
la maratón
sabiendo que los dioses
untaron mi carril de
aceite.