¿Qué haces con tu tiempo
todo el tiempo?
¿Qué haces en la casa
todo el tiempo,
con la guitarra, con el
celular,
con los libros
desempolvados,
frente al televisor,
acostado, parado, sentado
tecleando,
yéndote al baño, a la
cocina,
discutiendo por
nimiedades,
sin pensar el pasado ni
el futuro, inmune a la melancolía,
cruzando de este mundo a
otro mundo,
del abismo a las nubes,
de la probidad a la
infamia,
del entusiasmo a la
carencia de propósitos?
¿Qué sufres en tus sueños?
¿Qué le ha pasado a tu pasión?
¿Qué aventuras sonoras has
enmudecido?
¿De dónde te ha llegado el
afán del sabueso
para el rastreo de tu
nombre,
para asumir los rostros de tus máscaras?
Sé que te encuentras
páramo abatido
descubriendo alegrías viejas
debajo de tus expresiones,
alegrías ajenas a tu
espejo,
dichas-ríos llevando lo
que eras
y hoy ejercen pesada
impavidez;
costumbre que calienta,
mañana tras mañana,
la cocina a gas para el
mate,
apaga el aire frío y el
ventilador
y abre las ventanas para
los rayos del sol sobre tu cama.
¡A girar por la casa.
Vamos, vamos!,
a dar vueltas y vueltas
por el patio,
a existir solo a cada
tanto callado en las palabras,
siguiendo la intuición (filosa
idea que corta el sí mismo),
entre trampas tendidas a
lo ya asimilado,
extinguiendo esperanzas
de encontrar
la paciencia infinita,
el danzante cuello del
cisne,
ese cuerpo de sombra que
asoma en la memoria
y que intencionalmente
recuerda el fin de nuestra suerte.
Si fuera un hombre libre,
les ahorraría la carga
de seguir monitoreando mi
ostracismo;
y sin mucho pensarlo, sin
cuestionar a qué juego jugamos,
ensalzaría a esos héroes
que luchan en medio de cadáveres.