Tras acoso de meses en
disputa,
sobre la tierra húmeda de
horrores
y la sangre del bárbaro
guerrero,
el soberbio señor feudal
disfruta
entre los ebrios gritos
vencedores
con dulce vino y carne de
cordero.
En el trono del castillo,
alborozado,
besa la gloria del reino
conquistado.
La última batalla,
encarnizada,
ciega en odio ancestral y
en ciega ira,
fue grande en impiedad y
desatino.
Hades, el dios de risa
congelada,
espera con paciencia al
que suspira
envuelto ya en los brazos
del destino.
Los otros que escaparon
de la muerte
esperan maniatados otra
suerte.
Inmersos en orgiásticos
festejos,
resuenan las canciones,
los bullicios
y danzas de frenéticas
mujeres.
Retirados, los niños y
los viejos,
aplauden los desbordes y
los vicios
mientras, Ares, impúdico
requiere
las enemigas hembras y
los siervos,
cadáveres al hambre de
los cuervos.
Abatidos los cuerpos, y
agotado
por la orgía y el sueño
ya cumplido
mira el señor feudal en
tanto dice:
«Tras lucha cruel hemos
triunfado,
aunque pronto caerán en
el olvido
renombre y gloria que mi
Dios bendice.
¿En cuánto tiempo algún
otro señor
vendrá a hurtarme el
cetro triunfador?»