miércoles, 15 de julio de 2020

Efímeras coronas

Tras acoso de meses en disputa,
sobre la tierra húmeda de horrores
y la sangre del bárbaro guerrero,
el soberbio señor feudal disfruta
entre los ebrios gritos vencedores
con dulce vino y carne de cordero.
En el trono del castillo, alborozado,
besa la gloria del reino conquistado.

La última batalla, encarnizada,
ciega en odio ancestral y en ciega ira,
fue grande en impiedad y desatino.
Hades, el dios de risa congelada,
espera con paciencia al que suspira
envuelto ya en los brazos del destino.
Los otros que escaparon de la muerte
esperan maniatados otra suerte.

Inmersos en orgiásticos festejos,
resuenan las canciones, los bullicios
y danzas de frenéticas mujeres.
Retirados, los niños y los viejos,
aplauden los desbordes y los vicios
mientras, Ares, impúdico requiere
las enemigas hembras y los siervos,
cadáveres al hambre de los cuervos.

Abatidos los cuerpos, y agotado
por la orgía y el sueño ya cumplido
mira el señor feudal en tanto dice:
«Tras lucha cruel hemos triunfado,
aunque pronto caerán en el olvido
renombre y gloria que mi Dios bendice.
¿En cuánto tiempo algún otro señor
vendrá a hurtarme el cetro triunfador?»