Te metes bajo la ducha;
el agua cae a chorros
sobre tus hombros,
mojan tus pechos
como si de dos cantos rodados
semisumergidos en un río se trataran,
y se precipitan hacia la tentación
que me hizo proponerte el baño.
Ahora duermes en el cuarto de al lado,
mientras yo doy vueltas
sobre el mágico acontecer,
negándome (por decoro)
a describir los detalles.
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