El concierto del tráfico
ha perdido su llevadera agitación.
Ha vuelto a sus viejas andanzas
de solfear a ciegas
con su ritmo de frenos bruscos
y aullidos de ambulancias,
acrecentando mi conciencia de existir.
Una mordedura de hierros
y caos auditivo,
una música fría y deshonesta,
despellejan mi idea de apreciar
su rancia arquitectura
y la belleza de su espíritu sinfónico.
Han perdido su encanto los balcones,
las cornisas que anidan
ensueños de otros tiempos,
y las risas de jóvenes que ostentan
la luz de tierras prometidas.
La ciudad me ha rendido
a la vieja argucia, a la ley discorde
de atarme con suave cordel
de luces y lujuria en mi cerebro,
a los escaparates
de sus vitrinas comerciales.
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