Quisiera ser un hombre pequeñísimo,
casi como un ser microscópico,
para habitar entre sus ropas y recorrer su cuerpo,
desde sus gorras y sus vinchas hasta sus medias.
Luego de embriagarme en sus suspiros
saltaría sobre sus orejas y cuello perfumados,
caería en los pliegues de su blusa,
muy cerca de sus senos temblorosos,
y oculto en su corpiño
descifraría los latidos de su corazón.
Al pasar por su cintura comprobaría
su talle fino, esbelto y seductor
(aquí me quedaría unas horas abrazándola).
Luego, al llegar a su moderna braga de algodón,
avanzaría por los misterios de su monte de Venus
con el deseo irresistible de volverme ermitaño.
Y deslizándome por el reverso de su falda, me deleitaría
en las sinuosidades de sus muslos y piernas,
hasta llegar a una de sus medias, donde me infiltraría
a través de las tramas del tejido
para besar su diminuto pie.
Y cuando ella entrara al baño para ducharse,
y yo ser arrojado al canasto de ropa sucia,
saltaría hasta la toalla del perchero
para extasiarme en la imagen de su cuerpo desnudo
y esperar a que me lleve por todos los rincones al secarse.
Finalmente, en su vestidor, volvería a saltar
sobre su vestimenta de recambio,
dispuesto a reiniciar el ciclo,
enamorado,
cada vez más enamorado…