Miro el vacío.
No se ven pájaros cruzar
la luz en mi ventana.
Se han marchado a vivir
la dicha en las edades ígneas del recuerdo,
en otras lluvias de
empaparse en ocio, en bulla y algazara.
Las leyes de estas horas
castigan con olvidos,
con angustia y nada de
esperanza,
con nubes negras y
cadáveres de brisas,
con sus casas sin
párpados y puertas sin gargantas,
con un dolor de látigos
que llegan de los antiguos éxtasis,
con la pasión que odia su
hojarasca.
Me voy hacia el espanto
de un invernadero, hacia el metano,
llevándome las ropas del
alambre, mis mujeres con máscaras
y los nombres que tuve.
Jamás volveré a casa.
Ellos cedieron mi lugar
en la mesa a otro espectro,
ya no aman mi soledad ni
mi palabra,
y admitieron callados la
invasión de malezas al jardín.
Esta lluvia no para.