Arrojadme las piedras
rencorosas,
las piedras más
hirientes,
mas preservadme de la
muerte; pues, así,
restablecido de cualquier
magulladura
seguiré soportando nuevas
piedras.
Os hago esta cordial
proposición:
lanzadme tantas piedras
tantas como anheléis,
asegurándoos de no
arrancarme
la preciada, la única, la
milagrosa vida,
y juzguémonos todos
satisfechos.
¿O es que a toda costa
queréis mi muerte,
brutos?