Ella coge el sándwich en
la nevera
y se roba a sí misma para
ofrendármelo.
Se ocupa de comprarme
calcetines,
cortarme las uñas,
indagar mi apariencia:
el largor de mi pelo,
y hace conjeturas
sobre mi yo
circunstancial.
Ella me quiere —lo
proclama—.
Con sonrisa franca me
quiere,
con embarazo tal que
busca distraerse
en cualquier detalle
y amonestarme con falso
enojo
cuando la miro cautivado.
Y yo también la quiero,
tanto la quiero que no
podría vivir sin ella,
tanto la quiero que
quisiera
morir primero.