Inmortalmente herido por
la flecha
de Cupido —dios sádico y
bromista—,
un viernes santo —infortunada
fecha—,
emprende la quimérica
conquista.
El canto dulce de
incesante endecha
desoye Laura y niega la
entrevista,
mas la ilusión del vate
firme acecha
mientras esculpe su
laurel de artista.
¿Fue Amor el que produjo
tantos daños
a la pasión, al
sentimiento puro,
a la turbada fuerza que
lo anima?
¿O acaso fue su vida, en
esos años,
artería que enuncia: «Yo
no abjuro
de este amor como esencia
de mi rima»?